Aunque de los 33 mineros son muchos los que han optado por el vértigo de la fama, otros, como el ex futbolista Franklin Lobos, eligieron recluirse en la tranquilidad de la familia. Franklin habló pocas veces con la prensa –nunca cobró– y sólo para poner en claro que lo que había ocurrido se trataba de un “accidente laboral” y no una historia de héroes.
Pero en el rescate hubo otras personas, fundamentales en el proceso, que ni siquiera pudieron elegir si hablaban o no con los medios, relegados por la historia. Uno de ellos es Nelson Flores (38), un personaje clave y aún anónimo de esta gesta. La Voz del Interior fue el primer medio en hablar con él, en su humilde y prolija casa de Tierra Amarilla, comuna ubicada en las afueras de Copiapó.
Flores no disimuló estar dolido. Ni el gobierno chileno, ni los mineros rescatados se acordaron de él en el frenesí tras el operativo rescate “San Lorenzo”. Y eso que tuvo mucho que ver para que hoy los 33 se codeen con la fama.
Él fue quien dirigió la sonda que el domingo 22 de agosto llegó a los mineros, que se aferraron a ella hasta darle varios golpes con el martillo, enviando a la superficie el mensaje deseado: en las profundidades había vida. Antes de esta sonda, se habían enviado otras dos, que no habían llegado al destino que se pretendía.
“Por la inclinación del cerro, las sondas (que son de hierro) se ‘doblaban’ y se perdían, por lo que yo le dije a mi jefe que teníamos que inclinar aun más el ángulo”, comenzó a recordar. Flores, que es un operador experto en sondajes profundos, dirigió la sonda primero a 78 grados y luego, metros más abajo, a 82 grados, logrando sortear la piedra que desviaba las sondas.
Tras cinco días de perforación, a las 5.50 del domingo 22 los mineros martillaron la sonda. Había llegado a buen destino: el taller de máquinas de la mina. Luego, por ese orificio enviaron los primeros alimentos y medicamentos.
Hasta ese momento, nadie sabía si, 17 días después del derrumbe, los mineros aún continuaban vivos. El ministro de Minería, Laurence Golborne, y otros rescatistas oyeron los golpes con estetoscopios y a las 13 retiraron la sonda.
Los rescatistas encontraron dos cartas de los mineros, pero en ninguna de ellas se decía cuántos estaban vivos. La alegría no era completa y empezaron a alejarse de a poco.
Fue entonces que Flores tomó su sonda, la dio vuelta y en una bolsita de nailon, atada con una gomita, encontró el papel escrito por el minero José Ojeda y que hoy forma parte de la historia: “Estamos bien en el refugio, los 33”. Flores corrió y se lo entregó al ministro, que se quebró de felicidad.
En ese momento, en el Campamento Esperanza se escribió una de las páginas más emotivas que se recuerde, cuando los familiares se enteraron de que todos habían sobrevivido.
A Flores nadie lo reconoció, y la prensa jamás se enteró de su existencia. Quienes lo conocen en Tierra Amarilla, aseguran que si esa sonda no llegaba adonde estaban atrapados los mineros, ya había rescatistas que proponían poner 33 lápidas en la cima del cerro y dar la búsqueda por concluida.
Fue también por ese orificio que se realizó el llamado “Plan B”, en el que, con una máquina, se ensanchó ese ducto hasta hacer el túnel por el que el martes 13 de octubre los 33 mineros de Atacama comenzaron a regresar, de a uno, a la superficie.
Quien sí fue reconocido y hoy se muestra en las ceremonias de agasajo junto a los mineros es el técnico en Comunicaciones Pedro Gallo, quien ideó un teléfono de emergencia casero que permitió que los mineros se comunicaran con los rescatistas mientras estuvieron atrapados. Gallo, que vive en Copiapó, se mostró orgulloso: “Sobrepasamos a la Nasa, que llegó con tecnología de punta, pero le demostramos que en este rescate era necesario retroceder 30 años, porque estábamos en medio de la nada”.
Fuente: La Voz
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